martes, 2 de diciembre de 2008

Una Tragedia más (cuento)

Faltan 45 minutos. Camino despacio, como dibujando sombras. La calle es ancha y me vuelvo una experta camaleón de la urbe. El cielo me acompaña, solidariza sus nubes y me regala una madrugada sin ojos. Soy Angélica Pérez y estoy a punto de matarlo.

Me jacto de ser la única entre mis pares que ha conocido este dolor. Dolor de amor, no de mujer. Quizás haya más pesares, iguales al mío, quizás existan más amores, intensos como el que sufro, pero ignoro quienes o cuales son; mis pasos viajan seguros, escribiendo con cuchillo en mano, una tragedia más.

Luciano Velasco es el nombre de mi enfermedad. Porque Amor se jacta de ser enfermo, una enfermedad que hace perder toda voluntad, toda cordura, todo el tiempo. Él me decretó, al vernos, unión por siempre. ¡Mentiroso! ¡Siempre te negaste a entenderme!

Faltan 30 minutos. La gente me mira. ¿Qué miran? Eso miran, la mirada que yo tengo; esa mirada nebulosa y silenciosa, semejante al del artista, que cuando dibuja su propio arte tranza con el secreto mudo del universo.

Ayer la vi, desde mi cuarto, entrar a su dormitorio ¡Aquella turra! Pensar que su hedor a pescado alcanzó mi cólera. Ayer la vi, por la noche, desnudarse ante mi Luciano. La escuché gemir y la sufrí gozar. Me afligí, me angustié, toleré, aguanté, padecí, ya no más… ya no más.

El tren que mi angustia quiso tomarse, el de las 6:10hs, por razones que nunca sabré, no quiso partir. ¿Habrá confabulado para que yo, Angélica Pérez, me convierta en escritora?

Faltan 15 minutos. Ya está lleno de gente. No siento mis pies, no siento mi dolor. El cuchillo nunca me pesó. Lo llevo desnudo en mi palma y la gente me acompaña. Me persiguen buscando el show.
Luciano me mintió, dijo haberme amado desde un principio. ¡Pensar que desde chicos fuimos amantes! Amantes de un amor natural. Me siento desterrada, nadie cree en mi amor.

¡Juré matarlo si lo volvía hacer! Y es eso lo que mi corazón dicta ahora.

Veo la casa, mi casa. Mis ojos clavados en la puerta, esperan el tiempo. Siento que la gente me habla, me grita, algunos tratan de arrebatarme el cuchillo. ¡Crueles! Hiero a uno en el brazo. Veo, de reojo, sangre manar de su brazo, y como si fuese voluntad de otro, el color rojo me encoleriza y envenena más mi alma. Cruzo el pórtico y arremeto contra la puerta.
La madera se abre…

-¿Mamá?... ¿que? ¡MAMÁ QUE HACEEES!




La mujer alcanza efectuar tres puñaladas, las tres en el vientre. Los vecinos que miraban logran pararla, hiriéndose dos en el forcejeo. La madre del joven asesinado, entra en un estado shock emocional, llegando a producir solamente leves suspiros nerviosos.