Capítulo 8: El Circo Ambulante
El viaje en un principio, se tornó algo molesto. Los chicos, que no paraban de festejar y de sentirse satisfechos por haberse arriesgado a aventurarse, no repararon en la angustia de Benjamín. Al cabo de un rato, Serafín se percató del chico y le preguntó:
-¡Eh tú! ¿Estas bien? Te noto algo callado.
-Tú también lo estarías si vivieras en mi piel-respondió Benjamín.
-¡Oye hombre! No te sientas mal por Cindy, ella de seguro quería acompañarnos, agárratelas con la mala de la madre, ella es quien tiene la culpa- intervino Nando.
-Si… pero no es sólo eso-dijo Benjamín- quiero decir, estoy de veras muy mal porque ella ahora no esta con nosotros; pero lo que mas me preocupa es mi madre.
-¡Oh! ¡Esa mujer! ¡Que misterios se traerá en manos!- dijo Joaquín.
-No lo sé. Pero por eso estamos aquí- dijo Benjamín- vamos a averiguarlo.
-¡Ni que lo digas hermano!- dijo Serafín.
-¡Y que no quede ningún misterio por resolver!-dijo Nando.
-Esa es la actitud muchachos…-dijo Benjamín.
-Hablando de misterios-interrumpió Joaquín- ¿Cómo demonios hiciste para escapar de la policía, allá por el día en que caíste como intruso en casa?
-Bueno… es que con Cindy todo es posible, todo se arregla, nada se le escapa-dijo Benjamín.
-Explícanos- insistió Joaquín.
-De veras que no sé toda la historia, el cuento es que luego de correr unas cuadras, apareció Luz, una amiga de Cindy. Nos recogió en su auto y al rato desperté en mi cuarto.
-¡¿Luz?!-preguntaron los tres a la vez.
-Si- respondió el chico, algo confundido.
-¡¿Luz?! ¿La del convertible amarillo?-preguntó Serafín.
-¿Eh? ¿Convertible amarrillo?-Benjamín estaba atónito.
-¿No será “Luz la rara” no?-insinuó Nando.
-¡¿”Luz la rara”?!-dijo Benjamín- yo no le vi nada de raro; es más, su gesto fue de lo más amable.
-Pero no, Benjamín, tu no entiendes-intervino Joaquín- ¿el auto era o no un convertible color amarillo?
-¡ji! ¡Era, era! ¡¿Pero que es lo que no entiendo?!- el chico se había puesto algo irritable.
-¿Se lo cuentas tu Joaquín?-preguntó Nando.
-Si, déjaselo a él, yendo al caso, el es que más la conoce-dijo Serafín.
-¡¿Contarme que?!- preguntó exaltado Benjamín. Tragó saliva y con algo de esfuerzo dijo- la cosa es que…- esa chica no es del todo normal.
-¿Cómo que no es normal? ¡¿A que te refieres?!
-Lo que quiero decir es que, esa chica Luz, es una demente que sufre algún tipo de paranoia.
-La conocimos justo en el tiempo en que estuviste en cama, enfermo-agregó Serafín.
-¡¿Luz loca?! ¡¿Y como la conocieron?!-preguntó Benjamín.
-Nosotros-habló Joaquín- como de costumbre, íbamos para todos lados juntos: cafetería, escuela, el club y demás. Y en un momento, nos percatamos…
-En realidad, yo fui quien me di cuenta-interrumpió Serafín.
-Esta bien, esta bien; Serafín fue quien en un principio notó que un convertible amarrillo nos estaba siguiendo- y Joaquín le frunció el seño al rubio, en desaprobación.
-¡¿Siguiendo?!
-Así es-intervino Nando.
-Al principio nos reíamos. Pensábamos que estaba enamorada de algunos de nosotros. Creíamos que era un juego, pero no- explicó Joaquín-, nos seguía para todos lados, se aparecía en la salida de la escuela o a veces en la entrada.
-Daba vueltas por mi barrio-dijo Nando.
-Y por el mío- agregó Serafín.
-Nos empezamos a asustar y mucho. No sabíamos quien era. Les preguntamos a varios pero sólo una chica nos confesó su nombre: Luz; y también nos dijo que era una chica común y corriente, que no había de que preocuparse. Lo demás ya nadie lo sabía.
-¡¿Y porque no fueron a platicar con ella?! Pues… hubiera sido el modo mas directo ¿no les parece?-dijo Benjamín.
-¡Lo hicimos! ¡Y nos fue bien! ¡Muy bien!-exclamó Nando.
-Al ver que la cosa no paraba. Pensamos muy seriamente en ir a hablarla-dijo Joaquín.
-Si, pero el detonante fue cuando al salir de tu casa, el día en que te visitamos, la encontramos en la esquina de tu cuadra, estacionada con el auto. Mirándonos fijo, con cara seria y expectante.
-Fue ahí cuando nos colmó. ¡Me puse furioso! Y para el día siguiente planeamos enfrentarla- Dijo Joaquín.
-No fue nada fácil-dijo Serafín.
-Ni que lo digas. Ese día, me acuerdo, no pudimos; nadie se animó.
-Fue Luego de la fiesta de Jacob cuando se sucedió. El alcohol nos dio ese empujoncito de ánimo que necesitábamos.
-¡¿Se les apareció a la salida de la fiesta?!
-Así es. Joaquín había tomado mucho y no dudó ni un segundo en acercársele.
-Y nosotros dos lo seguimos-intervino Nando- por si pasaba algo.
-Al llegar al auto-siguió Joaquín- me encontré con una chica totalmente desorbitada. Parecía que recién se levantaba de una larga siesta.
-Tenía los ojos perdidos-agregó Serafín.
-¡¿Y que fue lo que pasó?!- preguntó Benjamín.
-Bueno, al verla en ese estado de incertidumbre, nos estremeció. Era como una recién nacida descubriendo el mundo, o peor aun, una extranjera en un país lejano-explicó Joaquín.
-Miraba para todos lados- siguió Nando- y tardó en darse cuenta que tres sujetos estaban junto a ella observándola.
-Recuerdo que lo primero que hiciste Joaquín-intervino Serafín- fue gritarle algo así como “oye tú ¡¿Qué demonios haces aquí!”; y al no recibir respuesta alguna, le pateaste la cajuela del auto, maldiciéndola por supuesto.
-¡Oh sí! ¡Lo recuerdo perfectamente! ¡Estaba de los pelos aquella noche!
-Y también recuerdo- siguió el rubio- que también le peguntaste algo así como: “¡¿Por qué demonios nos persigues?! ¡¿Qué quieres de nosotros?!”. Fue muy divertido.
-Si muy divertido Serafín, pero la cuestión es que ella ni bien recobró su juicio, arrancó el auto y se fue ¡Así nada más!- contó Joaquín.
-¡¿Cómo que se fue?!- preguntó Benjamín.
-¡Pues sí! Nosotros nos quedamos mirándola, asombrados por esa actitud. Después de todo, pensábamos que por lo menos iba a decir algo, no lo sé, quizás las razones de que porque nos perseguía, si estaba o no enamorada de alguien de nosotros, o de última, algún insulto por los malos tratos de Joaquín ¡Pero no! Arrancó y se fue- dijo Joaquín.
-¡Y ni siquiera levantó la mirada! Con la cabeza gacha, puesta en el manubrio, se nos escapó- dijo Nando.
-Si no la hubiera conocido, diría sin más “peros” que se trata de algún caso típico de paranoia o algún tipo de locura alucinógena. Pero, llevándome por la experiencia, si bien corta que tuve con ella, esa teoría quedaría descartada.
-Te equivocas Benjamín, recuerda que estos episodios ocurrieron hace tres años, y tú trataste con ella hace menos de tres días. La enfermedad se pudo haber curado.
-Tienes razón ¡no había reparado en ello! Dijo Benjamín- Bueno… ¿Y luego? ¿Cómo siguió el asunto?
-Quedó ahí. Ella nunca volvió a aparecer. Ese convertible amarillo nunca lo volvimos a ver- dijo Joaquín.
-¿Y entonces Nando? ¿Por qué dices que les fue bien si al fin y al cabo nunca supieron de ella? Ni de donde venía, ni quien era, ni mucho menos de que porque los buscaba.
-¡Pues por el simple hecho de que jamás regresó!
-Como tú digas.
Y así, entre palabreríos confusos y algo perdidos, el viaje continuó. Benjamín viajaba ahora en silencio, pues estaba bastante ocupado pensando en alguna manera de enfrentar a su madre. Y además, el tema de Luz lo había inquietado un poco. ¿Cómo era posible que esa chica haya protagonizado esos actos cargados de rareza y misterio? ¿Por qué habrá querido ocultar su identidad a Benjamín? (recuerden niños que cuando esta chica rescató a Cindy y al muchacho, no quiso develar su rostro, ni mucho menos su nombre). Benjamín lo sabía gracias a la boca suelta de su amiga, pues fue ella quien se lo contó horas después.
A todo esto, el chico había perdido la noción del tiempo. Y cuando reparó en ello, ya era de noche. Escuchó refunfuñar a Serafín y Joaquín maldecir a Díos.
-¿Qué es lo que sucede muchachos?- preguntó.
-¡¿Y encima me lo preguntas?! ¿Acaso no ves que se me acaba de empantanar el auto? Pues claro, que lo vas a notar, si hace horas que estas hipnotizado pensando quien sabe que- gimió Joaquín.
-¡Oye, oye! Tranquilízate hermano, que Benjamín no tiene la culpa- intervino Nando.
-Lo siento- me distraje un poco pensando en mamá- ¿En donde estamos?
-A las afueras de Rosario- contestó Serafín- nos convendrá pasar la noche aquí y esperar un remolque en la mañana.
-¿Pasar la noche aquí? ¿Estás loco? Quien sabe que nos podría pasar, estamos solos ¡NADA misma!
-Estamos en el campo, a oscuras, a kilómetros de toda civilización aparente ¿Tienes una idea mejor?- preguntó Serafín, con tono desafiante.
-¡Por supuesto!- exclamó Joaquín- empujaremos y entre los cuatro sacaremos el automóvil a flote. No será tarea difícil.
-Y por más que lo intentaron unas diez o doce veces, el auto patinó y patinó sobre el lodo espeso y húmedo. No había forma de sacarlo sin un remolque u otro automóvil.
Sólo quedó resignarse y esperar a que el día aparezca por la mañana.
-¿No tienes bolsas de dormir no?- preguntó Nando a Joaquín, quien se había vuelto molesto e histérico por lo sucedido.
-Solo métete al auto y trata de dormir, que de mochileros o niñitos exploradores no tenemos nada- dijo severamente Joaquín.
-Tranquilicémonos que somos pocos y nos conocemos mucho- sugirió Serafín.
No pasaron ni treinta minutos que Benjamín volvió a perderse entre sus pensamientos. Divagaba otra vez en lo mismo: ¡Luz y su madre! Mientras que los otros se habían puesto a jugar al truco (y como eran impares, se turnaban).
El auto era lo bastante grande y el asiento de atrás servía perfectamente de sillón y mesa a la vez; así pues ese fue el escenario del juego de los chicos.
Benjamín, quien no había querido unirse al juego, estaba en el asiento del conductor, haciendo ademanes y muecas (inconscientes, claro) de su batalla contra la razón, la existencia, de quien era o no culpable, de los porques y de los peros. Así estuvo quien sabe cuanto tiempo ¡Imagínense que los otros ya se habían desparramado del sueño!
Cansado pero definitivamente desvelado, Benjamín decidió dar un paseo. Una vuelta corta sería, quería despejarse y ahí adentro no eran de ayuda los ronquidos de sus compañeros.
Salió del coche y se metió entre los árboles más cercanos.
Caminó y caminó, en unos segundos ya estaba lo bastante lejos como para que los troncos de los árboles ocultasen al automóvil de su vista. No sabía a donde iba, pero el bosque servía igual como distracción.
Me supongo que habrán sido altas las horas de la noche cuando el circo ambulante ensayaba entre la arboleda.
-¡¿Circo ambulante?!- preguntó Herald.
-¡¿Cómo es eso abuelo?!- pregunté.
-Hace muchos años, no se muy bien cuantos, en el país existía un circo. Este circo tenía la particularidad de pasearse por toda la argentina. Dejaba shows fantásticos, llenos de magia y espectacularidad en su camino y muchas pero muchas sonrisas en los niños.
Yo tuve el privilegio de verlos una vez, cuando un tres de marzo decidieron brindar un show a beneficio para toda la comunidad de Don Benito De La Fuente ¡Fue maravilloso! Por esos momentos; mis sueños eran ser trapecista y ser el sujeto que acompañaba al mono Ricardo, quien todavía era un bebé.
Fue de pura casualidad, y ese encuentro inesperado; lo marcaría para toda la vida.
Y… como les contaba niños, Benjamín estaba en el corazón del bosque cuando los encontró.
El chico, acurrucado junto al tronco de un pino, comenzó a escuchar voces. Primero parecían ruidos extraños o murmuros en otra lengua; pero al avanzar entre los árboles las voces se fueron esclareciendo.
El chico estaba muy asustado, pues ¡Imagínense escuchar voces a la madrugada, en un bosque a oscuras! ¡Y encima desconocido! ¡Un horror!
El chico siguió acercándose entre los pinos, pues quería saber de que se trataba;
Aterrado y muy inseguro decidió asomarse. Sus ojos vieron a un inmenso campamento instalado en el corazón del bosque: cuatro carpas de tamaño de una casa tipo alzaban a esta ciudad circense. Éstas estaban pintadas de todos los colores que se les pueden llegar a imaginar: rojo, lila, amarillo, naranja, verde, azul y demás. Se ubicaban teniendo como referencia los puntos cardinales, que formaban así, un rombo con un gran espacio en el medio. Este lugar –centro del campamento- se lo utilizaba como escenario de ensayo. Y era cierto. Benjamín los vio. Al cabo de unos momentos expectantes y de incertidumbre ajena, el chico fue público de un ensayo de la comunidad circense.
De las carpas –todas- empezó a salir gente ¡Mucha gente! Todos estaban vestidos de camisa y de pantalón blanco; arriba los disfrazaba un saco –de ese color también- con lunares –grandes, muy grandes- de color chocolate ¡Parecían dálmatas marrones!
Pero eso no fue lo que más le llamó la atención al joven. La manera en que se formaron cuatro pirámides (de, digámosle, diez personas cada una) en tan sólo cuestión de segundos ¡Fue, eso sí! lo que mas maravilló al muchacho.
Las pirámides empezaron a moverse -todas por el lado de la derecha- formando un gran círculo humano. A medida que agarraron ritmo y velocidad los lunares chocolate se transformaron en ¡líneas continuas! ¡Increíble! Los ojos de Benjamín estaban confundidos del asombro. Iban cada vez mas rápido y al cabo de unos momentos, se volvió muy difícil distinguir una pirámide de la otra. Estas se fusionaron y formaron una bola enorme de color blanca, parecida a una pelota de fútbol, en donde incontables aros –ya no líneas- de color chocolate encerraron a la esfera en un rayado blanco y chocolate.
En esos momentos, de la carpa más cercana al escondite de Benjamín, salieron cuatro monos de improviso, vestidos de camisa y pantalón color escarlata y con una chaqueta dorada brillante. Eran cuatro simios de mediana estatura, y no tardaron en colarse y hacer ¡maravillas con esa enorme esfera!
Cada uno llevaba una antorcha de fuego en sus manos- que era increíblemente grande considerando el tamaño de los monos- y las desplegaron en hilera en forma de círculos, rodeando la bola.
Esta esfera blanca y chocolate de pronto comenzó a tomar otro color; pues los monos y sus antorchas giraban tan de prisa por sus laterales que al cabo de un rato, esa bola se convirtió en una esfera resplandeciente y radiante de luz.
De un color escarlata y un amarillo vivo, los ojos de Benjamín parecieron estar observando el sol, pero no cualquier sol, sino uno de esos en que sólo una mañana de verano te regala. La noche pareció esconderse entre las copas de los árboles y por unos momentos, Benjamín sintió que era de día y no de noche; y que sus problemas no eran en realidad problemas, sino más que simples excusas para venir hasta aquí- sea o no casualidad- para poder contemplar ese sol resplandeciente y voraz, lleno de vida ¡Pues la tenía! ¡Claro que la tenía! Por unos momentos se sintió relajado y de buen ánimo.
-¡Que fantástico!- pensó el chico. El blanco se había confundido con el dorado de las chaquetas de los monos y con el amarillo del fuego de las antorchas; y por su parte, lo mismo había ocurrido con los lunares chocolate de los uniformes circenses y con el rojo de los trajes de los simios. Luego, la velocidad había hecho lo suyo
¡Estupefacto y maravillado quedó Benjamín! Pero luego de unos minutos, el sol se derrumbó y el fuego se apagó. Las pirámides se desarmaron y las personas empezaron a meterse de nuevo en las carpas. Se los veía agotados y muy acalorados.
En ningún momento notaron que había un intruso entre ellos. Todos menos uno…el mono Ricardo era demasiado travieso para andar por el campamento a esas horas de la noche ¡Y por fin sus travesuras y escapadas habían sacado provecho! ¡Había encontrado a un espía! ¡Un posible delator de las invenciones circenses de “El Circo Ambulante”! ¡Tenía que hacer algo! Ni bien lo vio, el mono largó un chillido extremadamente agudo, que hizo sobresaltar del susto a Benjamín, quien estaba de espaldas al mono y totalmente desprotegido. Los otros simios de la familia no tardaron en llegar.
En segundos lo tenían acorralado y el mismo mono –Ricardo- lo tenía sujetado con cuerdas.
Uno de los circenses le habló; este era larguirucho y de cara graciosa -Nada de que temer- pensó el joven.
-¡¿Quién eres tú?!- Su voz no sonó tan amigable como su cara lo aparentaba. Era grosera y grave.
-Soy sólo un chico extraviado ¡Bah! en realidad no…
-¡¿Cómo dices?!
-Es que se nos ha quedado el auto en la carretera y decidimos pasar la noche aquí… Y me desvelé y salí a caminar. Me encontré con ustedes haciendo esas cosas y…
-¿Te quedaste espiándonos? ¿Eh?- gruñó el larguirucho.
-¡No!... ¡Digo sí! pero sólo observaba, nada más ¡Se los juro! ¡Por favor!...
-¿Y que te pareció?- el tono de voz del larguirucho había cambiado por completo. Sonaba amable.
-¡¿Eh?! ¿Qué que me pareció que?
-El ensayo ¿Cómo lo viste?
-Pues… bien.
-¿Sólo “bien”?
-¡No, no, no! Quiero decir ¡Muy bien! ¡Excelente! ¡Maravilloso! ¡Nunca vi algo parecido!
-¡Ya, ya! ¡Cállate!- dijo en voz enfadada- Muchachos, enciérrenlo en el calabozo ¡Este va aprender a no meter sus narices en donde no le importa! ¡Vamos! ¡Enciérrenlo!- y al decir eso; unos cuatro muchachotes del tamaño de un oso, se le adelantaron al larguirucho y tomaron al niño por las manos y la cabeza.
-¡No! ¡Se los suplico! ¡Les digo que no estaba espiándolos! ¡No! ¡Por favor! ¡Haay!- uno de los cuatro muchachotes alzó por los aires al pobre asustado de Benjamín y lo colocó en su espalda.
-¿Qué hacemos con él jefe?- dijo el muchachote.
-Llevenló al calabozo y prohíbanlo de agua y de pan por ¡tres días! Ya veré que hacer con él.
-¡No! ¡Por favor! ¡Mis amigos me esperan! ¡No! ¡Haaa!- el chico de pronto se encontró en los aires. El muchachote que lo sujetaba lo había impulsado hacia arriba. Toda la multitud circense reía y gozaba de cómo –ahora- los cuatro grandulones hacían de trampolín humano con el niño. Benjamín era despedido una y otra vez, su cabeza le subía y le bajaba.
El mareo y las sacudidas hicieron que la mente se le apagara y que todo a su alrededor se desvaneciera.
Quien sabe cuanto tiempo estuvo desmayado Benjamín.
Luego de un largo rato (pues supongo que fue largo, ya que cuando se despertó el amanecer se asomó por las copas de los árboles) se encontró con muchas caras observándolo. Muchas narices rojas y cachetes blancos se le acercaron y exclamaron de júbilo al verlo.
-¡Viste que no estaba muerto! ¡Lo sabía!- gimió el larguirucho.
-¡Que susto Dios mío!- exclamó una trapecista.
-¡Lo sé, lo sé!- dijo el Larguirucho. Miró al chico y le habló- ¡Ey muchacho! ¡Nos pegaste un gran susto! ¿Te encuentras bien?
Benjamín sin entender absolutamente nada, confundido y algo mareado, sólo atinó a pronunciar las palabras de su amiga:
-¿Cindy?... Quiero a Cindy…-susurró casi sin voz el muchacho.
-¿Cindy? Bueno niño, aquí no tenemos a ninguna Cindy, pero si un rico desayuno y una buena explicación para ofrecerte. ¿Qué dices?
-¿Explicación?- preguntó casi sin voz.
-Pues no te habrás creído eso del “calabozo”, ni mucho menos lo del pan y agua ¿O sí? –Dijo el larguirucho-Somos payaso jovencito, la broma es nuestra droga. Aquí no tenemos ningún calabozo, salvo la tristeza o la mala cara en la mañana; el mal humor, la angustia y los aplausos de mala gana ¡Esos si que son calabozos para nuestros corazones! ¡Opacan nuestro circo!
-¿Así que todo fue una broma?
.Perdónanos Jovencito. Creí que le pegarías a algún grandulón y saldrías corriendo- dijo el larguirucho.
-No soy muy bueno escapando de las situaciones difíciles- dijo el chico y todos rieron.
-¡Ah, por cierto! ¿Quién es Cindy? Repetiste su nombre durante toda la noche.
-¿De verdad?
-No, sólo una vez- y todos volvieron a reír. Era evidente que sin la broma no podían vivir; al menos la familia de los payasos, que eran seis: Bernon- o “Larguirucho”, quien era el padre de la familia- Alicia- la mamá payasa- Y pluma, plumín, plumita y plumazo- los cuatro payasitos hijo. No obstante, la familia de los malabaristas -que no me acuerdo cuantos eran- solían ser más callados y muy de vez en cuando se los veía participar de bromas y chistes; pues estaban tan concentrados la mayor parte del día en sus malabares, que cuando era la hora del descanso, sólo atinaban a dormir y/o a leer.
Además, en la comunidad circense, había una familia de monos; quienes se desempeñaban en todos los papeles de las funciones. Ellos, si el larguirucho lo decidía, podían trabajar de trapecistas o desempeñarse de malabaristas; pues todo dependía de que función se llevara a cabo. Eso sí ¡Payaso nunca! Monos chistosos no quería Bernon.
Esta familia de Simios estaba formada por: Planito -el padre-, Lisa- la madre-, sus hijos Ricardo- quien luego engendraría a Teodoro, el célebre mono de mis tiempos- Manito y el Tío Panga.
Continuando con la historia, me atreveré a decirles niños, que Benjamín, a causa de que tenía que volver con sus amigos; no pudo quedarse a desayunar con los miembros del circo. Pero, en el camino de regreso, estos lo acompañaron y de paso le explicaron el significado de la función que acababa de presenciar esa misma noche:
-¡¿El amanecer contaminado?!- preguntó sin entender Benjamín.
-Así es- le respondió el larguirucho Bernon- la función se llama así porque… bueno es obvio, las imágenes que reproducimos dan cuenta de eso.
-Sólo reconocí el sol radiante en la etapa final de la obra ¿te importa si me la cuentas, Bernon?
-Llámame larguirucho. Y si, no hay problema. “El amanecer contaminado” cuenta la historia de una pesadilla que sufrió un bosque hace muchos años.
-¿Pesadilla?
-Así es. No sé muy bien la historia, pues, el creador de la obra fue mi bisabuelo Hugo; y antes de morir, sólo se la confesó a mi padre, que por un motivo desconocido nunca me la quiso contar. La idea principal de la función es representar esa pesadilla en imágenes vivas, hechas por nosotros, representando la metamorfosis que sufre la luna en aquella noche, convirtiéndose en el sol del amanecer.
-Eso explica los lunares chocolate en sus chaquetas ¿no es así?
-Exacto. El chocolate es el color más realista de la putrefacción ambiental, además; detestamos el color negro por sobre todos los colores ¿Por algo no forma parte del arco iris, no es así?
-¡Já, já, já! Son increíbles ustedes.
Si tú lo dices. ¡Ah! ¡Mira! ¡Esos deben ser tus amigos! ¡Tenía razón, ese era el camino!- exclamó el larguirucho.
Serafín, Joaquín y Nando estaban esperándolo; en un principio con cara de enfadado, que luego se traslució en una cara total de asombro, al ver al joven acompañado por una gran multitud. Parecía una procesión de locos, todos coloridos y algunos con zancos; monos en los hombros y un larguirucho que no paraba de extender la mano en forma de saludo hacia los cinco jóvenes. ¡Sí! Eran cinco y no había un solo auto, sino que eran dos. Ahí fue cuando Benjamín volvió a ver el convertible amarillo que lo había rescatado de la casa de Joaquín.
Luz y Cindy se habían agregado a la aventura.
Si llegaste hasta aca tengo dos cosas para decirte: ¡Gracias! y que la novela por el momento - más bien por un tiempo indefinido- va a quedar inconclusa. Según mis cálculos necesito unos cuatro capítulos más para llegar al descenlace; !y que Dios me ayude a terminarlos!. Se me hace imposible -ahora- llegar a escribir hasta el capítulo doce, pero bueno; como dijo un gran pensador hace mucho tiempo: "Lo único que sé es que no sé nada".