jueves, 6 de marzo de 2008

Benjamín Díaz Y El Misterio De Los Enanos (capítulo 8)

Capítulo 8: El Circo Ambulante

El viaje en un principio, se tornó algo molesto. Los chicos, que no paraban de festejar y de sentirse satisfechos por haberse arriesgado a aventurarse, no repararon en la angustia de Benjamín. Al cabo de un rato, Serafín se percató del chico y le preguntó:

-¡Eh tú! ¿Estas bien? Te noto algo callado.

-Tú también lo estarías si vivieras en mi piel-respondió Benjamín.

-¡Oye hombre! No te sientas mal por Cindy, ella de seguro quería acompañarnos, agárratelas con la mala de la madre, ella es quien tiene la culpa- intervino Nando.

-Si… pero no es sólo eso-dijo Benjamín- quiero decir, estoy de veras muy mal porque ella ahora no esta con nosotros; pero lo que mas me preocupa es mi madre.

-¡Oh! ¡Esa mujer! ¡Que misterios se traerá en manos!- dijo Joaquín.

-No lo sé. Pero por eso estamos aquí- dijo Benjamín- vamos a averiguarlo.

-¡Ni que lo digas hermano!- dijo Serafín.

-¡Y que no quede ningún misterio por resolver!-dijo Nando.

-Esa es la actitud muchachos…-dijo Benjamín.

-Hablando de misterios-interrumpió Joaquín- ¿Cómo demonios hiciste para escapar de la policía, allá por el día en que caíste como intruso en casa?

-Bueno… es que con Cindy todo es posible, todo se arregla, nada se le escapa-dijo Benjamín.

-Explícanos- insistió Joaquín.

-De veras que no sé toda la historia, el cuento es que luego de correr unas cuadras, apareció Luz, una amiga de Cindy. Nos recogió en su auto y al rato desperté en mi cuarto.

-¡¿Luz?!-preguntaron los tres a la vez.

-Si- respondió el chico, algo confundido.

-¡¿Luz?! ¿La del convertible amarillo?-preguntó Serafín.

-¿Eh? ¿Convertible amarrillo?-Benjamín estaba atónito.

-¿No será “Luz la rara” no?-insinuó Nando.

-¡¿”Luz la rara”?!-dijo Benjamín- yo no le vi nada de raro; es más, su gesto fue de lo más amable.

-Pero no, Benjamín, tu no entiendes-intervino Joaquín- ¿el auto era o no un convertible color amarillo?

-¡ji! ¡Era, era! ¡¿Pero que es lo que no entiendo?!- el chico se había puesto algo irritable.

-¿Se lo cuentas tu Joaquín?-preguntó Nando.

-Si, déjaselo a él, yendo al caso, el es que más la conoce-dijo Serafín.

-¡¿Contarme que?!- preguntó exaltado Benjamín. Tragó saliva y con algo de esfuerzo dijo- la cosa es que…- esa chica no es del todo normal.

-¿Cómo que no es normal? ¡¿A que te refieres?!

-Lo que quiero decir es que, esa chica Luz, es una demente que sufre algún tipo de paranoia.

-La conocimos justo en el tiempo en que estuviste en cama, enfermo-agregó Serafín.

-¡¿Luz loca?! ¡¿Y como la conocieron?!-preguntó Benjamín.

-Nosotros-habló Joaquín- como de costumbre, íbamos para todos lados juntos: cafetería, escuela, el club y demás. Y en un momento, nos percatamos…

-En realidad, yo fui quien me di cuenta-interrumpió Serafín.

-Esta bien, esta bien; Serafín fue quien en un principio notó que un convertible amarrillo nos estaba siguiendo- y Joaquín le frunció el seño al rubio, en desaprobación.

-¡¿Siguiendo?!

-Así es-intervino Nando.

-Al principio nos reíamos. Pensábamos que estaba enamorada de algunos de nosotros. Creíamos que era un juego, pero no- explicó Joaquín-, nos seguía para todos lados, se aparecía en la salida de la escuela o a veces en la entrada.

-Daba vueltas por mi barrio-dijo Nando.

-Y por el mío- agregó Serafín.

-Nos empezamos a asustar y mucho. No sabíamos quien era. Les preguntamos a varios pero sólo una chica nos confesó su nombre: Luz; y también nos dijo que era una chica común y corriente, que no había de que preocuparse. Lo demás ya nadie lo sabía.

-¡¿Y porque no fueron a platicar con ella?! Pues… hubiera sido el modo mas directo ¿no les parece?-dijo Benjamín.

-¡Lo hicimos! ¡Y nos fue bien! ¡Muy bien!-exclamó Nando.

-Al ver que la cosa no paraba. Pensamos muy seriamente en ir a hablarla-dijo Joaquín.

-Si, pero el detonante fue cuando al salir de tu casa, el día en que te visitamos, la encontramos en la esquina de tu cuadra, estacionada con el auto. Mirándonos fijo, con cara seria y expectante.

-Fue ahí cuando nos colmó. ¡Me puse furioso! Y para el día siguiente planeamos enfrentarla- Dijo Joaquín.

-No fue nada fácil-dijo Serafín.

-Ni que lo digas. Ese día, me acuerdo, no pudimos; nadie se animó.

-Fue Luego de la fiesta de Jacob cuando se sucedió. El alcohol nos dio ese empujoncito de ánimo que necesitábamos.

-¡¿Se les apareció a la salida de la fiesta?!

-Así es. Joaquín había tomado mucho y no dudó ni un segundo en acercársele.

-Y nosotros dos lo seguimos-intervino Nando- por si pasaba algo.

-Al llegar al auto-siguió Joaquín- me encontré con una chica totalmente desorbitada. Parecía que recién se levantaba de una larga siesta.

-Tenía los ojos perdidos-agregó Serafín.

-¡¿Y que fue lo que pasó?!- preguntó Benjamín.

-Bueno, al verla en ese estado de incertidumbre, nos estremeció. Era como una recién nacida descubriendo el mundo, o peor aun, una extranjera en un país lejano-explicó Joaquín.

-Miraba para todos lados- siguió Nando- y tardó en darse cuenta que tres sujetos estaban junto a ella observándola.

-Recuerdo que lo primero que hiciste Joaquín-intervino Serafín- fue gritarle algo así como “oye tú ¡¿Qué demonios haces aquí!”; y al no recibir respuesta alguna, le pateaste la cajuela del auto, maldiciéndola por supuesto.

-¡Oh sí! ¡Lo recuerdo perfectamente! ¡Estaba de los pelos aquella noche!

-Y también recuerdo- siguió el rubio- que también le peguntaste algo así como: “¡¿Por qué demonios nos persigues?! ¡¿Qué quieres de nosotros?!”. Fue muy divertido.

-Si muy divertido Serafín, pero la cuestión es que ella ni bien recobró su juicio, arrancó el auto y se fue ¡Así nada más!- contó Joaquín.

-¡¿Cómo que se fue?!- preguntó Benjamín.

-¡Pues sí! Nosotros nos quedamos mirándola, asombrados por esa actitud. Después de todo, pensábamos que por lo menos iba a decir algo, no lo sé, quizás las razones de que porque nos perseguía, si estaba o no enamorada de alguien de nosotros, o de última, algún insulto por los malos tratos de Joaquín ¡Pero no! Arrancó y se fue- dijo Joaquín.

-¡Y ni siquiera levantó la mirada! Con la cabeza gacha, puesta en el manubrio, se nos escapó- dijo Nando.

-Si no la hubiera conocido, diría sin más “peros” que se trata de algún caso típico de paranoia o algún tipo de locura alucinógena. Pero, llevándome por la experiencia, si bien corta que tuve con ella, esa teoría quedaría descartada.

-Te equivocas Benjamín, recuerda que estos episodios ocurrieron hace tres años, y tú trataste con ella hace menos de tres días. La enfermedad se pudo haber curado.

-Tienes razón ¡no había reparado en ello! Dijo Benjamín- Bueno… ¿Y luego? ¿Cómo siguió el asunto?

-Quedó ahí. Ella nunca volvió a aparecer. Ese convertible amarillo nunca lo volvimos a ver- dijo Joaquín.

-¿Y entonces Nando? ¿Por qué dices que les fue bien si al fin y al cabo nunca supieron de ella? Ni de donde venía, ni quien era, ni mucho menos de que porque los buscaba.

-¡Pues por el simple hecho de que jamás regresó!

-Como tú digas.

Y así, entre palabreríos confusos y algo perdidos, el viaje continuó. Benjamín viajaba ahora en silencio, pues estaba bastante ocupado pensando en alguna manera de enfrentar a su madre. Y además, el tema de Luz lo había inquietado un poco. ¿Cómo era posible que esa chica haya protagonizado esos actos cargados de rareza y misterio? ¿Por qué habrá querido ocultar su identidad a Benjamín? (recuerden niños que cuando esta chica rescató a Cindy y al muchacho, no quiso develar su rostro, ni mucho menos su nombre). Benjamín lo sabía gracias a la boca suelta de su amiga, pues fue ella quien se lo contó horas después.

A todo esto, el chico había perdido la noción del tiempo. Y cuando reparó en ello, ya era de noche. Escuchó refunfuñar a Serafín y Joaquín maldecir a Díos.

-¿Qué es lo que sucede muchachos?- preguntó.

-¡¿Y encima me lo preguntas?! ¿Acaso no ves que se me acaba de empantanar el auto? Pues claro, que lo vas a notar, si hace horas que estas hipnotizado pensando quien sabe que- gimió Joaquín.

-¡Oye, oye! Tranquilízate hermano, que Benjamín no tiene la culpa- intervino Nando.

-Lo siento- me distraje un poco pensando en mamá- ¿En donde estamos?

-A las afueras de Rosario- contestó Serafín- nos convendrá pasar la noche aquí y esperar un remolque en la mañana.

-¿Pasar la noche aquí? ¿Estás loco? Quien sabe que nos podría pasar, estamos solos ¡NADA misma!

-Estamos en el campo, a oscuras, a kilómetros de toda civilización aparente ¿Tienes una idea mejor?- preguntó Serafín, con tono desafiante.

-¡Por supuesto!- exclamó Joaquín- empujaremos y entre los cuatro sacaremos el automóvil a flote. No será tarea difícil.

-Y por más que lo intentaron unas diez o doce veces, el auto patinó y patinó sobre el lodo espeso y húmedo. No había forma de sacarlo sin un remolque u otro automóvil.

Sólo quedó resignarse y esperar a que el día aparezca por la mañana.

-¿No tienes bolsas de dormir no?- preguntó Nando a Joaquín, quien se había vuelto molesto e histérico por lo sucedido.

-Solo métete al auto y trata de dormir, que de mochileros o niñitos exploradores no tenemos nada- dijo severamente Joaquín.

-Tranquilicémonos que somos pocos y nos conocemos mucho- sugirió Serafín.

No pasaron ni treinta minutos que Benjamín volvió a perderse entre sus pensamientos. Divagaba otra vez en lo mismo: ¡Luz y su madre! Mientras que los otros se habían puesto a jugar al truco (y como eran impares, se turnaban).

El auto era lo bastante grande y el asiento de atrás servía perfectamente de sillón y mesa a la vez; así pues ese fue el escenario del juego de los chicos.

Benjamín, quien no había querido unirse al juego, estaba en el asiento del conductor, haciendo ademanes y muecas (inconscientes, claro) de su batalla contra la razón, la existencia, de quien era o no culpable, de los porques y de los peros. Así estuvo quien sabe cuanto tiempo ¡Imagínense que los otros ya se habían desparramado del sueño!

Cansado pero definitivamente desvelado, Benjamín decidió dar un paseo. Una vuelta corta sería, quería despejarse y ahí adentro no eran de ayuda los ronquidos de sus compañeros.

Salió del coche y se metió entre los árboles más cercanos.

Caminó y caminó, en unos segundos ya estaba lo bastante lejos como para que los troncos de los árboles ocultasen al automóvil de su vista. No sabía a donde iba, pero el bosque servía igual como distracción.

Me supongo que habrán sido altas las horas de la noche cuando el circo ambulante ensayaba entre la arboleda.

-¡¿Circo ambulante?!- preguntó Herald.

-¡¿Cómo es eso abuelo?!- pregunté.

-Hace muchos años, no se muy bien cuantos, en el país existía un circo. Este circo tenía la particularidad de pasearse por toda la argentina. Dejaba shows fantásticos, llenos de magia y espectacularidad en su camino y muchas pero muchas sonrisas en los niños.

Yo tuve el privilegio de verlos una vez, cuando un tres de marzo decidieron brindar un show a beneficio para toda la comunidad de Don Benito De La Fuente ¡Fue maravilloso! Por esos momentos; mis sueños eran ser trapecista y ser el sujeto que acompañaba al mono Ricardo, quien todavía era un bebé.

Fue de pura casualidad, y ese encuentro inesperado; lo marcaría para toda la vida.

Y… como les contaba niños, Benjamín estaba en el corazón del bosque cuando los encontró.

El chico, acurrucado junto al tronco de un pino, comenzó a escuchar voces. Primero parecían ruidos extraños o murmuros en otra lengua; pero al avanzar entre los árboles las voces se fueron esclareciendo.

El chico estaba muy asustado, pues ¡Imagínense escuchar voces a la madrugada, en un bosque a oscuras! ¡Y encima desconocido! ¡Un horror!

El chico siguió acercándose entre los pinos, pues quería saber de que se trataba;

Aterrado y muy inseguro decidió asomarse. Sus ojos vieron a un inmenso campamento instalado en el corazón del bosque: cuatro carpas de tamaño de una casa tipo alzaban a esta ciudad circense. Éstas estaban pintadas de todos los colores que se les pueden llegar a imaginar: rojo, lila, amarillo, naranja, verde, azul y demás. Se ubicaban teniendo como referencia los puntos cardinales, que formaban así, un rombo con un gran espacio en el medio. Este lugar –centro del campamento- se lo utilizaba como escenario de ensayo. Y era cierto. Benjamín los vio. Al cabo de unos momentos expectantes y de incertidumbre ajena, el chico fue público de un ensayo de la comunidad circense.

De las carpas –todas- empezó a salir gente ¡Mucha gente! Todos estaban vestidos de camisa y de pantalón blanco; arriba los disfrazaba un saco –de ese color también- con lunares –grandes, muy grandes- de color chocolate ¡Parecían dálmatas marrones!

Pero eso no fue lo que más le llamó la atención al joven. La manera en que se formaron cuatro pirámides (de, digámosle, diez personas cada una) en tan sólo cuestión de segundos ¡Fue, eso sí! lo que mas maravilló al muchacho.

Las pirámides empezaron a moverse -todas por el lado de la derecha- formando un gran círculo humano. A medida que agarraron ritmo y velocidad los lunares chocolate se transformaron en ¡líneas continuas! ¡Increíble! Los ojos de Benjamín estaban confundidos del asombro. Iban cada vez mas rápido y al cabo de unos momentos, se volvió muy difícil distinguir una pirámide de la otra. Estas se fusionaron y formaron una bola enorme de color blanca, parecida a una pelota de fútbol, en donde incontables aros –ya no líneas- de color chocolate encerraron a la esfera en un rayado blanco y chocolate.

En esos momentos, de la carpa más cercana al escondite de Benjamín, salieron cuatro monos de improviso, vestidos de camisa y pantalón color escarlata y con una chaqueta dorada brillante. Eran cuatro simios de mediana estatura, y no tardaron en colarse y hacer ¡maravillas con esa enorme esfera!

Cada uno llevaba una antorcha de fuego en sus manos- que era increíblemente grande considerando el tamaño de los monos- y las desplegaron en hilera en forma de círculos, rodeando la bola.

Esta esfera blanca y chocolate de pronto comenzó a tomar otro color; pues los monos y sus antorchas giraban tan de prisa por sus laterales que al cabo de un rato, esa bola se convirtió en una esfera resplandeciente y radiante de luz.

De un color escarlata y un amarillo vivo, los ojos de Benjamín parecieron estar observando el sol, pero no cualquier sol, sino uno de esos en que sólo una mañana de verano te regala. La noche pareció esconderse entre las copas de los árboles y por unos momentos, Benjamín sintió que era de día y no de noche; y que sus problemas no eran en realidad problemas, sino más que simples excusas para venir hasta aquí- sea o no casualidad- para poder contemplar ese sol resplandeciente y voraz, lleno de vida ¡Pues la tenía! ¡Claro que la tenía! Por unos momentos se sintió relajado y de buen ánimo.

-¡Que fantástico!- pensó el chico. El blanco se había confundido con el dorado de las chaquetas de los monos y con el amarillo del fuego de las antorchas; y por su parte, lo mismo había ocurrido con los lunares chocolate de los uniformes circenses y con el rojo de los trajes de los simios. Luego, la velocidad había hecho lo suyo

¡Estupefacto y maravillado quedó Benjamín! Pero luego de unos minutos, el sol se derrumbó y el fuego se apagó. Las pirámides se desarmaron y las personas empezaron a meterse de nuevo en las carpas. Se los veía agotados y muy acalorados.

En ningún momento notaron que había un intruso entre ellos. Todos menos uno…el mono Ricardo era demasiado travieso para andar por el campamento a esas horas de la noche ¡Y por fin sus travesuras y escapadas habían sacado provecho! ¡Había encontrado a un espía! ¡Un posible delator de las invenciones circenses de “El Circo Ambulante”! ¡Tenía que hacer algo! Ni bien lo vio, el mono largó un chillido extremadamente agudo, que hizo sobresaltar del susto a Benjamín, quien estaba de espaldas al mono y totalmente desprotegido. Los otros simios de la familia no tardaron en llegar.

En segundos lo tenían acorralado y el mismo mono –Ricardo- lo tenía sujetado con cuerdas.

Uno de los circenses le habló; este era larguirucho y de cara graciosa -Nada de que temer- pensó el joven.

-¡¿Quién eres tú?!- Su voz no sonó tan amigable como su cara lo aparentaba. Era grosera y grave.

-Soy sólo un chico extraviado ¡Bah! en realidad no…

-¡¿Cómo dices?!

-Es que se nos ha quedado el auto en la carretera y decidimos pasar la noche aquí… Y me desvelé y salí a caminar. Me encontré con ustedes haciendo esas cosas y…

-¿Te quedaste espiándonos? ¿Eh?- gruñó el larguirucho.

-¡No!... ¡Digo sí! pero sólo observaba, nada más ¡Se los juro! ¡Por favor!...

-¿Y que te pareció?- el tono de voz del larguirucho había cambiado por completo. Sonaba amable.

-¡¿Eh?! ¿Qué que me pareció que?

-El ensayo ¿Cómo lo viste?

-Pues… bien.

-¿Sólo “bien”?

-¡No, no, no! Quiero decir ¡Muy bien! ¡Excelente! ¡Maravilloso! ¡Nunca vi algo parecido!

-¡Ya, ya! ¡Cállate!- dijo en voz enfadada- Muchachos, enciérrenlo en el calabozo ¡Este va aprender a no meter sus narices en donde no le importa! ¡Vamos! ¡Enciérrenlo!- y al decir eso; unos cuatro muchachotes del tamaño de un oso, se le adelantaron al larguirucho y tomaron al niño por las manos y la cabeza.

-¡No! ¡Se los suplico! ¡Les digo que no estaba espiándolos! ¡No! ¡Por favor! ¡Haay!- uno de los cuatro muchachotes alzó por los aires al pobre asustado de Benjamín y lo colocó en su espalda.

-¿Qué hacemos con él jefe?- dijo el muchachote.

-Llevenló al calabozo y prohíbanlo de agua y de pan por ¡tres días! Ya veré que hacer con él.

-¡No! ¡Por favor! ¡Mis amigos me esperan! ¡No! ¡Haaa!- el chico de pronto se encontró en los aires. El muchachote que lo sujetaba lo había impulsado hacia arriba. Toda la multitud circense reía y gozaba de cómo –ahora- los cuatro grandulones hacían de trampolín humano con el niño. Benjamín era despedido una y otra vez, su cabeza le subía y le bajaba.

El mareo y las sacudidas hicieron que la mente se le apagara y que todo a su alrededor se desvaneciera.

Quien sabe cuanto tiempo estuvo desmayado Benjamín.

Luego de un largo rato (pues supongo que fue largo, ya que cuando se despertó el amanecer se asomó por las copas de los árboles) se encontró con muchas caras observándolo. Muchas narices rojas y cachetes blancos se le acercaron y exclamaron de júbilo al verlo.

-¡Viste que no estaba muerto! ¡Lo sabía!- gimió el larguirucho.

-¡Que susto Dios mío!- exclamó una trapecista.

-¡Lo sé, lo sé!- dijo el Larguirucho. Miró al chico y le habló- ¡Ey muchacho! ¡Nos pegaste un gran susto! ¿Te encuentras bien?

Benjamín sin entender absolutamente nada, confundido y algo mareado, sólo atinó a pronunciar las palabras de su amiga:

-¿Cindy?... Quiero a Cindy…-susurró casi sin voz el muchacho.

-¿Cindy? Bueno niño, aquí no tenemos a ninguna Cindy, pero si un rico desayuno y una buena explicación para ofrecerte. ¿Qué dices?

-¿Explicación?- preguntó casi sin voz.

-Pues no te habrás creído eso del “calabozo”, ni mucho menos lo del pan y agua ¿O sí? –Dijo el larguirucho-Somos payaso jovencito, la broma es nuestra droga. Aquí no tenemos ningún calabozo, salvo la tristeza o la mala cara en la mañana; el mal humor, la angustia y los aplausos de mala gana ¡Esos si que son calabozos para nuestros corazones! ¡Opacan nuestro circo!

-¿Así que todo fue una broma?

.Perdónanos Jovencito. Creí que le pegarías a algún grandulón y saldrías corriendo- dijo el larguirucho.

-No soy muy bueno escapando de las situaciones difíciles- dijo el chico y todos rieron.

-¡Ah, por cierto! ¿Quién es Cindy? Repetiste su nombre durante toda la noche.

-¿De verdad?

-No, sólo una vez- y todos volvieron a reír. Era evidente que sin la broma no podían vivir; al menos la familia de los payasos, que eran seis: Bernon- o “Larguirucho”, quien era el padre de la familia- Alicia- la mamá payasa- Y pluma, plumín, plumita y plumazo- los cuatro payasitos hijo. No obstante, la familia de los malabaristas -que no me acuerdo cuantos eran- solían ser más callados y muy de vez en cuando se los veía participar de bromas y chistes; pues estaban tan concentrados la mayor parte del día en sus malabares, que cuando era la hora del descanso, sólo atinaban a dormir y/o a leer.

Además, en la comunidad circense, había una familia de monos; quienes se desempeñaban en todos los papeles de las funciones. Ellos, si el larguirucho lo decidía, podían trabajar de trapecistas o desempeñarse de malabaristas; pues todo dependía de que función se llevara a cabo. Eso sí ¡Payaso nunca! Monos chistosos no quería Bernon.

Esta familia de Simios estaba formada por: Planito -el padre-, Lisa- la madre-, sus hijos Ricardo- quien luego engendraría a Teodoro, el célebre mono de mis tiempos- Manito y el Tío Panga.

Continuando con la historia, me atreveré a decirles niños, que Benjamín, a causa de que tenía que volver con sus amigos; no pudo quedarse a desayunar con los miembros del circo. Pero, en el camino de regreso, estos lo acompañaron y de paso le explicaron el significado de la función que acababa de presenciar esa misma noche:

-¡¿El amanecer contaminado?!- preguntó sin entender Benjamín.

-Así es- le respondió el larguirucho Bernon- la función se llama así porque… bueno es obvio, las imágenes que reproducimos dan cuenta de eso.

-Sólo reconocí el sol radiante en la etapa final de la obra ¿te importa si me la cuentas, Bernon?

-Llámame larguirucho. Y si, no hay problema. “El amanecer contaminado” cuenta la historia de una pesadilla que sufrió un bosque hace muchos años.

-¿Pesadilla?

-Así es. No sé muy bien la historia, pues, el creador de la obra fue mi bisabuelo Hugo; y antes de morir, sólo se la confesó a mi padre, que por un motivo desconocido nunca me la quiso contar. La idea principal de la función es representar esa pesadilla en imágenes vivas, hechas por nosotros, representando la metamorfosis que sufre la luna en aquella noche, convirtiéndose en el sol del amanecer.

-Eso explica los lunares chocolate en sus chaquetas ¿no es así?

-Exacto. El chocolate es el color más realista de la putrefacción ambiental, además; detestamos el color negro por sobre todos los colores ¿Por algo no forma parte del arco iris, no es así?

-¡Já, já, já! Son increíbles ustedes.

Si tú lo dices. ¡Ah! ¡Mira! ¡Esos deben ser tus amigos! ¡Tenía razón, ese era el camino!- exclamó el larguirucho.

Serafín, Joaquín y Nando estaban esperándolo; en un principio con cara de enfadado, que luego se traslució en una cara total de asombro, al ver al joven acompañado por una gran multitud. Parecía una procesión de locos, todos coloridos y algunos con zancos; monos en los hombros y un larguirucho que no paraba de extender la mano en forma de saludo hacia los cinco jóvenes. ¡Sí! Eran cinco y no había un solo auto, sino que eran dos. Ahí fue cuando Benjamín volvió a ver el convertible amarillo que lo había rescatado de la casa de Joaquín.

Luz y Cindy se habían agregado a la aventura.



Si llegaste hasta aca tengo dos cosas para decirte: ¡Gracias! y que la novela por el momento - más bien por un tiempo indefinido- va a quedar inconclusa. Según mis cálculos necesito unos cuatro capítulos más para llegar al descenlace; !y que Dios me ayude a terminarlos!. Se me hace imposible -ahora- llegar a escribir hasta el capítulo doce, pero bueno; como dijo un gran pensador hace mucho tiempo: "Lo único que sé es que no sé nada".

Benjamín Díaz Y El Misterio De Los Enanos (capítulo 7)

¡A Buscar A Mamá!

-Si, “Ruiseñor”. Tú me lo nombraste cuando Cindy te llamó por teléfono.

-No sé de que me hablas Benjamín.

-¡¿Qué?! ¿Cómo que no sabes de que hablo? ¿Me quieres volver loco acaso?

-No, es en serio. No se quien es Ruiseñor y que yo recuerde tu amiga nunca llamó.

-¡Pues claro que llamó! ¿Sufres pérdida de memoria o te gusta verme enloquecer?

-¡Escúchame Benjamín!...

-¡NO!-interrumpió la chica- escúchame tú Joaquín. Estoy segurísima de haber llamado a tu casa y la voz que me atendió era la tuya, de eso estoy segura.

-¡Es que no sé de que me hablan! ¡Les juro que no lo sé! ¿Por qué mentiría? ¿Qué ganaría acaso?

-¡Era tu voz Joaquín!- intervino a gritos Benjamín- Además, ¿porqué inventaríamos tal cosa?

Joaquín no respondió. Cindy lo miraba con desprecio. En la cabeza del protagonista no se terminaban de formular preguntas sin respuestas y las dudas parecían cada vez más turbia; ninguna parecía esclarecerse.

-¡Que misterio tan empantanado!- exclamó Heráld.

-Ni que lo digas hermano. No se me ocurre ningún indicio de cómo puede llegar a terminar esta historia.

-¡Já, já, já! ¡Bravo niños! ¡Eso es lo que me gusta! Se han comprometido con el relato… felicitaciones.

-¡Pero abuelo! Esto cada vez más se enrolla más.

-¡Oh! Ya lo verán jovencitos… no todo se da como parece. La espera en el misterio tiene que ser sigilosa ¡Si no uno tiende a desesperarse! ¡Especulen niños! ¡Formen su propio final! ¡Ninguna de sus conjeturas quedara afuera de esta historia! ¡Que se haga presente la magia de la razón!

-¿Puede ser que la madre tenga algo que ver con todo esto?- pregunté.

-Quizás Tom, puede que sí y puede que no. Pero déjame decirte algo: no te dejes llevar por lo que te cuento, la verdad esta más allá de una simple resolución de dudas. Que tu anticipo se concrete no quiere decir que esa sea la verdad en cuestión.

-Me mareas abuelo.

-No digo que no. Vallamos a la historia que esto recién acaba de comenzar:

-Esta bien, esta bien- intervino Cindy- lo mejor será que a esta charla la dejemos para otro día- dijo Benjamín.

-Si, lo mejor va hacer que lo dejemos para otro encuentro -interrumpió Nando- ¡Mírate un poco! ¡Pareces salido de algún manicomio! ¡Tranquilízate hermano!

-Si, Nando esta en lo cierto- dijo Serafín, quien ya hacía rato había dejado de llorar. Ahora se encontraba parado junto a Joaquín. Los dos, junto con Nando, miraban a un Benjamín perdido.

-De acuerdo- habló para todos el chico- si no hay mas remedio. Pero que la próxima sea cuanto antes ¿puede ser?

-Despreocúpate, no hay problema en eso- dijo Nando. Cindy, perpleja por la situación, solo atinó a sujetar la mano de su amigo y lo sacó del vagón.

Luego de despedirse. Los dos chicos emprendieron la vuelta a la casa de los Díaz. Ninguno dijo una palabra. Benjamín estaba demasiado agotado para debatir con su amiga el reciente encuentro.

Al llegar a la entrada, Cindy se despidió con un abrazó muy fuerte, y dijo:

-Ahora sólo queda hablar con tu mamá, ella creo yo, tiene la verdad en sus manos. Cualquier cosa ya sabes, estoy en frente-. Benjamín sólo asintió con la cabeza y entró.

La casa estaba vacía, no se escuchaban ruidos; parecía deshabitada. El chico llamó varias veces a la madre, pero no tuvo éxito –algo anda mal- pensó.

Ya en la cocina, se encontró con un papel. Estaba dejado sobre la mesa. El mensaje decía:

Hijo, me hubiera gustado despedirme de ti pero no te encontré por ninguna parte. A tu padre se le a adelantó el viaje por cuestiones de trabajo y no tuvimos otra opción que viajar esta noche. Le insistí que esperara un día más pero fue imposible, sabes como es tu padre de atolondrado. En la puerta de la heladera te dejo todos los quehaceres de la casa que tienes que hacer por día y en el cajón de mi mesita de luz tienes dinero para lo que necesites. Vamos a estar tres días en Villa Carlos Paz y uno en La Falda. Cuando lleguemos te llamo así agendas el número del hotel.

Beso.

Te amo. Mamá.

-¡¿Qué?! ¡¿Lo dejó así nada más?!- interrumpió Simón a gritos.

-Si, así es… - dijo el abuelo.

-¡Pero que mamá de lo mas extraña!- agregó Herald.

-Ni que lo digas hermano- lo apoyé. Miré al abuelo y dije- ¡Cuéntanos! ¡Cuéntanos como sigue la historia!

-Bueno niños, como supondrán, el chico estaba totalmente sorprendido por la extraña actitud de la madre; además tenía mil preguntas para hacerle y sin previo aviso se había ido ¿o huido?... ¿Era verdad que sólo iba a pasar unos días con su ex marido en un simple viaje de placer? ¿O estaba fugándose del interrogatorio del hijo? Y si fuese así ¿Cómo habría anticipado que su hijo sospechaba de ella? Lo cierto es que al chico la desesperación lo invadía momento tras momento, su cabeza pedía un recreo; atormentado y sofocado por la situación sólo atinó a llamar a la de enfrente.

Cindy no tardó en llegar y en minutos los dos estaban, como en un principio, en el cuarto de Benjamín analizando la carta de su madre.

-¡Esto es increíble!- dijo Cindy.

-¡No! ¡Esa mujer es increíble!- corrigió Benjamín- ¡No la conozco! ¡Esa mujer no es mi madre! No logro entender nada en…

-¡Cálmate! Es cierto, nunca se comportó así pero…

-¡¿Pero que?! ¡Mira Cindy, lo único que estoy lamentando ahora es no haberle creído de entrada a Joaquín, Serafín y Nando. Todas las cosas que me dijeron de ella… ¡Esta actitud sólo confirma mi sospecha! ¡Mamá tiene que ver con todo esto! ¡Estoy seguro!

-No lo sé Benjamín, no sirve especular apresuradamente.

-¡No especulo nada! Sólo creo que lo que veo y lo que vivo; ahora la realidad me dice que unos tres chicos culparon a mi madre de muchas barbaridades y que en estos momentos esa mujer esta de viaje, fugada ¡se ha escapado!

-Esta bien ¡Esta bien! Piensa lo que quieras- suspiró la chica- ya es medianoche y le dije a mamá que esta noche te haría compañía…Ya sabes, le mentí diciéndole que sufres “el mal del solo”.

-¡¿El mal del solo?!

-¡Que te agarra miedo cuando te quedas sólo en casa! Mentí que tu mamá se fue al bingo.

-¡Ah! Pero espera ¿Acaso tu mamá no sabe que la mía esta de viaje?

-ella no me dijo nada.

-¡Ves! Ella siempre avisaba a todos los vecinos cuando viajábamos, por seguridad supongo ¡Y esta vez no! ¡Se fugó!

-¿Y porque haría algo tan estúpido?

- ¡No quería que nadie se entere! ¡No lo sé! Ya no entiendo mas nada. Vallamos a tu casa y contémosle a tu madre. Ella sabrá que hacer.

-¡¿Estas loco?! Es medianoche y mamá duerme.

-¡¿Porque siempre dejas todo para otro día?!

-¡¿Y porque siempre quieres hacer las cosas apresuradas?!

-Esta bien ¡Esta bien! Entonces dime ¿Cuál es tu idea?

-Dormir; sería bueno para los dos descansar un poco.

-¡Si! pero primero comamos algo… muero de hambre. Mamá me dejó dinero en su armario; espérame aquí.

-¡Pero Benjamín! ¡Es medianoche! ¡No hay nada abierto a estas horas!

-Tú sólo relájate. Ya regreso…

-Hablando de hambre… creo que yo también muero por algo de comer- dijo Herald.

-Ni que lo digas hermano- asintió Simón.

-¡Já, já, já! Tendremos que esperar hasta el final del relato. La abuela duerme y panecillos no sé preparar. Tom, tú encárgate de sacar algunas moras de la huerta; si quieres te acompaño.

-Despreocúpate abuelo. El hambre puede esperar. Ahora sigue, sigue contándonos sobre Benjamín y Cindy.

-Esta bien. El chico, como les decía, fue a la habitación de la madre a buscar dinero. Al abrir el cajón de la mesita de luz se encontró con varios billetes envueltos en un papel blanco. No tardó en reconocer de nuevo ese extraño material que había experimentado en la casa de Nando. ¡Y la marca estaba ahí! ¡Idéntica! ¡Las iniciales “E.R.” estaban grabadas a un costado del papel, similar a la anotación, en el lado inferior derecho del mismo.

-¡Cindy!- la llamó a la chica- ¡Cindy! ¡Ven aquí! ¡Rápido!- la joven a los sobresaltos y corridas, llegó asustada al cuarto. Preguntó:

-¡¿Qué?! ¡¿Qué pasa?!

-¡Mira! ¡Mira las iniciales! ¡El “E.R.”! ¡La misma firma grabada que la carta que encontré en lo de Nando. ¡Ahora estoy seguro! ¡Ella tiene algo que ver! ¡Es más que evidente! ¡Mi madre es la culpable! ¡Es la principal…!

-¡Cállate!- lo calmó- ¡Es cierto! Todas las pistas coinciden ¡Por fin algo de certeza!- la chica miró al joven, le clavó los ojos y dijo: ¡tenemos que buscarla! ¡Esto no puede esperar más!

-¡¿Qué?! ¡¿Ir hasta Córdoba?!

-¡Pues claro! Si no todo esto quedará en la nada, te lo aseguro. Presiento que esas no son unas simples vacaciones. Benjamín- la chica miró el rejuntadero de billetes- ¿Cuánto dinero tienes ahí?

-¡No lo sé! ¡Déjame contarlos!- el chico agarró el mazo y se dispuso a sumar- ¡No…! ¡No puede ser…!

-¡¿Cuánto?! ¡¿Cuánto te dejó Benjamín?!

- Novecientos pesos- dijo en un susurro.

-¡Lo ves! ¡Es demasiado dinero para sólo cuatro días! ¡Y para una sola persona! seguramente tendrá planeado irse por más tiempo.

-¿Tú dices?

-Absolutamente. No podemos permitir eso. Tenemos que actuar. Mañana mismo partimos hacía Villa Carlos Paz.

-¡¿Villa Carlos Paz?! ¡Já, já, já! ¿Y como supones que dos adolescentes vamos a…?

-¡Cállate!- lo interrumpió- no seas pesimista. Ya veré alguna forma… ahora descansemos que es muy tarde. Mañana va hacer un día muy largo.

-Como digas, pero recuerda que muero de hambre.

-Cierto, bueno; cómete una fruta. Mañana te prepararé el mejor desayuno americano que hayas probado en tu vida.

-¿Desayuno americano?

-Tú sólo acuéstate.

-Esta bien, pero ¿y tú? ¿Dónde piensas dormir?

-Aquí mismo. En la pieza de tu madre. ¿Te importa?

-No… en absoluto- dijo tartamudeando- si no queda mas nada que hacer me iré a mi cuarto. Que tengas buenas noches.

-Lo mismo para ti.

Y así la noche en la casa de los Díaz empezó a trabajar, que por cierto, esa madrugada no tuvo una labor muy eficiente. Benjamín, acostado boca arriba en la cama, no pudo pegar un ojo a todo lo que le restó la noche. Su cabeza se imaginó cosas, situaciones y hasta conversaciones; el sólo pensar que su madre podría ser la única culpable de todo su sufrimiento y la autora del aislamiento de sus amigos, le causaba horror. Comenzó a tener miedo, le asustaba la idea de enfrentarla. Tener valor no era propio de la naturaleza del chico; ni mucho menos poseía el coraje para acusarla de todo lo sospechado. ¿Qué mas pruebas faltaban? ¿Qué mas necesitaba Benjamín para que se de cuenta de que su madre fue la arpía, falsa y mala mujer todo este tiempo? El hecho lo atormentaba cada vez más. Sudaba. Las sabanas parecían convertirse en esposas y la cama en su celda. Tenía que salir de ahí.

Se levantó y se dirigió a los tumbos hacía la cocina. Estaba tan desvelado que le pareció escuchar voces. Al aproximarse, la escucha se confirmó: Cindy, prendida al teléfono, estaba hablando con que sabe quien. Se movía de un lado a otro y no dejaba una naranja en paz. El chico miró el reloj las agujas le daban la triste realidad de un insomnio de las tres de la madrugada.

-¡Cindy!- exclamó en un susurro demasiado sigiloso. La voz asustó a la chica, quien se desparramó por el suelo. La fruta se le escapó, rodó por el piso y se escondió atrás de la alacena.

-Esta bien, como tu digas. Te llamo luego. Adiós. La chica, quien se acababa de despedir del teléfono, enfrentó al joven con una cara radiante que pronosticaba buenas noticias.

-¡Benjamín! ¡Está todo arreglado! ¡Todo listo para partir! ¡Mañana a las 10 p.m. los chicos nos pasan a buscar por aquí! ¡¿No es fabuloso?!

-¡¿Qué?! ¡¿Los chicos?! ¡¿Qué chicos?!

-¡Los chicos tonto! Joaquín, Serafín y Nando! ¿Sabías que hace un año Joaquín tiene auto? ¡Con permiso y todo! ¡Nos salvó!

-Espera, espera. ¿Cómo demonios te atreves a…?

-¡Cállate! ¡Sabias que reaccionarías así! ¡Sólo déjame explicarte! Además ¿Qué otra opción tenemos?

-Tú solo cuéntame- dijo tajante.

-Bueno… ¡Es que no podía dormir! Empecé a divagar y se me ocurrieron muchas ideas, formas, de llegar hasta Córdoba. Aunque a decir verdad la mayoría eran tan fascinantes como imposibles. Era tal mi desvelada que comencé a rondar por la casa. Al ver en el escritorio los legajos de los chicos se me prendió la lamparita. ¡Tuve media hora para llamar a Joaquín! ¡No me animaba! ¡Imagínate como recibirían un llamado a las dos de la madrugada en una casa de familia! Y… luego de pensar en ti y en todo lo que estabas pasando, tuve una corazonada, se me deslumbró una sensación de esperanza, de que ellos, o alguno de ellos, podría ayudarnos.

-¡Eres complicadamente… increíble!

-Gracias. Pero lo increíble sucedió cuando me atendieron. Fue curioso ¿Sabes? Los tres sujetos estaban reunidos, también desvelados, pensando en la posibilidad de escaparse hacia algún lugar, de vacaciones, tu sabes, para recordar viejos tiempos y festejar tu vuelta al mundo… bueno, eso es lo que me dijeron.

-¿Irnos de vacaciones?

-De campamento- lo corrigió- hacia…

-San Bernardo- agregó el chico

-¡Já, já, já! Así es. Se nota que no es la primera vez que planean irse de mochileros.

-No, por supuesto que no. Dime… dime más. ¿Qué te dijeron?

-Bueno, de pregunta a pregunta me atreví a contarles todo: de tu madre, del viaje, de ti.

-Aja sigue.

-Y fue grandioso escuchar salir de la boca de Joaquín la propuesta de llevarnos ellos mismos hasta allí ¡Los cinco hasta Villa Carlos Paz! ¡Lo planeamos todo! Y por cierto, Serafín es un muy buen organizador...

-¡¿Es en serio?! ¡No! ¡Increíble!- el chico se le abalanzó a la joven y la apretujó fuertemente con un abrazo que duró varios segundos- ¡Como agradecerte todo lo que estas haciendo por mi!

-Si tú lo dices- la chica se sonrojó-… bueno ahora a dormir.

-Si podemos- el chico le frunció el seño.

-Si, tienes razón, creo que con toda esta exaltación no podríamos pegar un ojo. ¿Qué propones hacer?

-Yo escuchar música, no se tú.

-Esta bien, te acompaño.

-¿A donde?

-¡A tu cuarto! ¿Qué no querías escuchar música?

-¡Ah! si, si- el chico se sonrojó.

Y así pasaron lo que quedaba de la noche niños. Amaneció y el sol de la mañana, que provenía de la ventana, les pegó de lleno en la cara. Los dos se encontraban adormilados en la cama de Benjamín. Cindy tenía la cabeza apoyada en el pecho del chico. Al despertarse, se dio cuanta del hecho, y muy avergonzada se tiró para atrás, cayendo de espaldas al piso. Ese golpe fue lo que despertó al muchacho.

-¿Cindy?- preguntó el joven.

-¡Acá estoy!- gimió, todavía desparramada en el suelo.

-¿Y mi desayuno americano?

-¡Pues ahí lo tienes! ¡Machista y poco considerado!- protestó a los alaridos.

-¡Pero si agradecido!- dijo sonriente Benjamín. La chica lo desaprobó con la mirada.

-¡Ya se lo traeré señor! ¡Ud siga reposando en su dulce cuna! ¡Que su fiel sirviente esta a su entera disposición!

-¡Ay! ¡Cómo te adoro!

-Si, claro, claro. ¡Ah! mi señor, le notifico que hoy al mediodía almorzaremos en casa. Pues su fiel servidora tiene que rendir cuentas a su madre, sobre el viaje de esta noche.

-¡El viaje! ¡Cierto! ¡Lo había olvidado!

-Descuida, lo noté.

-¡Oh! Cindy… ¿estas segura de que dejarán ir?

-Mira Benjamín, no estoy del todo segura pero creo que lo más probable es que no me dejen.

-¡¿Qué?!

-Pero descuida, he pensado serias excusas. Todas muy convincentes. Tendré que jugar con la suerte y el destino.

-Nada fácil.

-Ni que lo digas ¡Pero a no ponerse pesimista! El día es largo ¡Y los preparativos son muchos!

-¿Preparativos?

-¿Piensas irte a Córdoba con sólo lo que tienes puesto? Hazte la idea de que vas a estar cuatro, o más días fuera de tu casa.

-Tienes razón… pero dime, dime como haces para pensar en todo y estar tan tranquila.

-¿Me ves relajada acaso?

-No pero…

-Pero nada, tú comienza a preparar la valija que yo iré al almacén a buscar tu desayuno americano.

-¡Olvida ese desayuno! ¡Fue sólo una broma!

-Lo sé… pero lo prometido es deuda.

-Como quieras.

Yo quiero un desayuno americano también- interrumpió Herald.

-Ni que lo digas hermano- agregó Simón- muero por uno.

-Al final del relato tendrán moras hasta hartarse- dijo el abuelo.

-Si, desde luego- dije.

-Muy bien Tom, ahora…

-… Seguirás con el relato- intervino Herald.

-Iba a llamar a la abuela, pero si insistes en que continúe, lo haré. La mañana pasó muy despacio en la casa de los Díaz, la valija parecía nunca llenarse y Benjamín se agotaba más y más de empacar ropa y demás.

El desayuno fue fabuloso, dejó satisfecho al joven, quien no paró de halagarla por lo bien que le había salido.

Ya en casa de Cindy, el almuerzo con la madre de la chica se tornó muy incómodo. Cindy no paró de fundamentar sus ideas, mas que nada excusas, con motivos como –“se va a sentir solo”- o- “la madre me dijo que estuviera todo el tiempo con él”-. La madre, rígida, seria e imperante, se volvió una muralla contra su hija. El viaje parecía esfumarse para Cindy y las esperanzas de Benjamín de encontrar a su madre se iban cayendo en picada.

La desesperación, la intriga y el miedo invadieron la mente del chico.

¡Imagínense niños! ¡¿Qué podría ser peor?! ¡Benjamín solo en esta nueva aventura! Cindy siempre había sido su heroína y la que en todas le había salvado las papas.; estaba horrorizado y ellos a sollozos sólo atinaban a decir:

-¡Pero…! ¡Pero si no me necesitas! ¡Estarás bien con los chicos!

-¡No digas estupideces mujer! ¡Yo sin ti no significo nada!

-¡Basta Benjamín! ¡Es inútil! Tendrás que armarte de coraje y encarar esto tú sólo.

-Si pero…

-Pero nada. Ya son las 21:45hs, los chicos no tardarán en llegar.

Y así fue niños. Un Chevy color amarillo se estacionó en la puerta de la casa de los Díaz. Joaquín iba conduciendo y tres bocinados alcanzaron para alertar al vecindario la algarabía que se mostraba en los tres jóvenes. Benjamín, sin ánimos, sólo atinó a despedirse de su amiga recordándole lo mucho que la quería y de lo mucho que la iba a extrañar. El auto arrancó y sólo quedó en la escena una adolescente que movía los brazos de un lado al otro, despidiéndose del auto que se iba.

Benjamín Díaz Y El Misterio De Los Enanos (capítulo 6)

El Vagón Del Tren

La noche del domingo estaba en camino. El auto iba a gran velocidad por la carretera. El chico todavía no sabía quien era la persona que los había salvado, e incluso, todavía no había tenido la oportunidad de mirarle la cara. Cindy en cambio, estaba radiante de alegría, conversaba todo el tiempo con la conductora, quien todavía no se había sacado los lentes de sol.

Benjamín -que estaba tirado en la parte trasera del coche- no sabía si interrumpirlas para preguntarles a donde se dirigían o preguntarles quien era Luz, como es que Cindy se había metido a la casa de los Asturias, que era lo que decía el papel que le entregó a Joaquín, porque estaba tan tranquila sabiendo que la policía los perseguía; dudas y muchas incógnitas se creaban en la mente de Benjamín. Y sin embargo, había una interrogante, un misterio, una duda que lo estaba atormentando con mucha más magnitud que las demás: ¿De donde había sacado Joaquín que él estaba muerto? ¿Cómo era posible que sucediera semejante disparate?

Sus pensamientos lo estaban consumiendo, su cabeza ardía de preguntas sin respuestas, a su cuerpo no lo sentía, estaba tan agotado que no podía hablar siquiera. Había sido, sin duda, el domingo más apasionante que había llegado a vivir el chico en sus diecisiete años.

Poco a poco, el atardecer se fue ocultando, aparecieron las estrellas y la luna tomo ese brillo único que la hace la reina y principal protagonista de la noche. Los ojos de Benjamín pedían un respiro, de a poco se fueron cerrando y el sueño se despertó en el chico. Las voces de las mujeres de adelante se iban haciendo cada vez más tenues y confusas. La noche se hizo borrosa y al cabo de unos momentos, todo se apagó. Quien sabe cuanto habrá dormido el pobre chico.

-Yo digo que durmió un día entero- interrumpió Herald.

-Yo digo que hasta medianoche- lo desafió Simón.

-De veras que no lo sé niños, pero si gustan pueden fijarle una hora, no tengo problemas; la historia no cambiaría en nada – propuso el abuelo. Nos hizo pensar y mucho, si bien era sólo fijar una hora del despertar del protagonista; para nosotros, niños de diez años, fue muy complicado- ¿Y niños? ¿Medianoche?

-¿Qué hora es?- pregunté.

-¿Ahora? Las 23:01hs, Tom.

-¿porqué no le ponemos esa?- consulté.

-Como quieras nieto. Bueno, eran las 23:01hs cuando Benjamín se dignó a despertar. Lo primero que alcanzó a ver fueron sus zapatillas, que estaban debajo de la silla del escritorio. Su habitación estaba iluminada con el velador, que brindaba una luz tenue, -muy tenue diría tu abuela, Tom- el chico giró el cuerpo para ponerse de frente al techo y se encontró con una Cindy adormilada a su lado. Estaba a punto de caerse cuando Benjamín logró sujetarla. La chica, con los ojos todavía cerrados y escondidos entre la almohada preguntó:

-¿Qué hora es?

- No lo sé. ¿Tú también te has quedado dormida?

- Hace media hora sí. Tu madre y Luz me tuvieron que ayudar para sacarte del auto, pesas mucho ¿sabes?

-Lo siento, es que estaba tan cansado; no escuché nada, me habré dormido profundamente.

-Ni que lo digas, pero descuida, no fue mucho- luego de las palabras de la chica, se produce una pausa muy larga. Las estrellas que se veían desde la ventana del cuarto, era el foco de atención de los dos adolescentes.

-Benjamín, ahora que te tengo despierto – le pregunta Cindy, sin dejar de mirar las estrellas- tengo que agradecerte por lo que has hecho hoy por mí. Nadie me ha salvado dos veces en un día ¿sabes?- y sonríe.

- De nada, pero yo también tengo que agradecerte y mucho; sin ti no hubiera llegado al despacho del director y no hubiera podido ver con mis propios ojos a Joaquín, ni escucharlo.

-Hablando de Joaquín ¿porque me preguntó si estabas vivo?

- El pensaba que estaba muerto; y no sé porque ni de donde sacó eso. Ahora que sacas el tema “Joaquín” quiero hacerte algunas preguntas…

- Entré por el garaje – lo interrumpió, sabiendo a que se referían las preguntas- la madre dejó la puerta abierta cuando fue a recibir a los paramédicos; yo que me encontraba atrás de un árbol, rezando por tu vida, vi esa oportunidad y la aproveché. Lo que le entregué a Joaquín era la foto que tú me habías mostrado, la saqué del portarretrato. Me pareció una evidencia perfecta para que él no dudara de mí y creyera en mi palabra; es tosco ¿sabes? Al otro lado de la foto, dejé tu número de teléfono y la dirección de tu casa, y como él era o es tu amigo, reconoció de inmediato esos datos. Me llamó hace una hora, ¡bah! llamó a tu casa y como no estabas, no tuve más remedio que hablar por ti.

-¡¿Qué?! ¡¿Llamó?!- ya no estaban mirando las estrellas, sino que estaban examinándose el uno al otro.

-Así es- confirmó la chica- me contó que habló con Nando y Serafín, ni bien desaparecimos de su casa. Ninguno le creyó, ya que como él, los tres te daban por muerto…

-¡¿Qué?! ¡¿Qué demonios?!

-…Arreglé para que se junten mañana, ¡bah! él lo propuso. Tienes que aprovechar lo poco que les quedan de vacaciones para contarse que han hecho cada uno estos tres años, recuperar el tiempo perdido; ¿entiendes?

-¡¿Me estas cargando Cindy?!

-Créeme, el también esta conmocionado con todo lo que pasó. Ver un muerto frente a sus ojos; nada lindo ¿no?

-¡Pero si yo no estoy muerto!

-Lo sé estúpido. Pero el pensaba eso de ti. No me quiso decir de donde había sacado eso…

-¿No le preguntaste por ese tal Ruiseñor?

-Fue lo primero que hice, pero no. Esta como negado a decirnos la verdad, aunque sea él me dio esa impresión.

-Se lo voy a sonsacar, aunque tenga que ser por la fuerza.

-Mañana a las 19hs te esperan en… en… ¿El vagón tres? ¿en donde solían jugar al mentiroso?

-Truco, donde jugábamos al truco. Y el vagón tres es el de un tren abandonado, que está junto con los demás tranvías, en el ferrocarril de calle Racedo. Solíamos juntarnos todos los viernes a medianoche… Pero eso no viene al caso, ¿no te dijo nada más? ¿No habló de mí?

-Apenas podía tartamudear, Benjamín. Pero quédate tranquilo, mañana te sacarás todas las dudas, los tendrás a los tres juntos para asesinarlos con preguntas; yo no tengo la verdad en la boca. ¿Entendido?

-Esta bien, esta bien; perdóname. Ahora cuéntame sobre esa tal Luz, ¿Quién es?

-Es una gran amiga mía, de toda la vida. No la veo mucho, pero siempre está, tú pudiste verificarlo con tus propios ojos, ¿no es cierto?

-Si, pero lo raro es que se apareció de la nada, como caída del cielo.

- Bueno, no fue tan así. Cuando tú estabas trepando el balcón, yo estaba tratando de ocultarme en algún árbol de la esquina, y ahí fue cuando ella pasó en el auto. Paró y, lógicamente me preguntó que andaba haciendo por esos lados, no es de todos los días verme por aquellos lugares ¿sabes? Y le conté lo que estábamos tramando, y si bien no me entendió mucho la cuestión; le supliqué que se apareciera por si las moscas dentro de un rato en el lugar que nos recogió… confío ciegamente en Luz, nunca dudé en que me iba a fallar. Ella te conoce, y ahora que lo pienso, no es fácil desconocerte ¡Pues claro! si eres amigo de ¡Los Leones De Comercio!...

- ¿Ella va a mi escuela?

-Así es, tú no digas nada pero, ella no quería que la reconocieras…

-¿Porqué? ¿Que tiene de malo?

-No lo sé… pero cuando te dormiste gimió de júbilo. Pudo sacarse los lentes, ¿entiendes?

-No, no la entiendo ¿Qué tiene de malo que yo la conozca?

-No me lo quiso decir. Pero deja de traer “peros” y “porque” a todo lo que te digo.

-Como digas.

La noche se hizo eterna, les costó mucho a los dos conciliar el sueño. La mamá, ya por la mañana, atropelló la habitación con el desayuno:

-¡Ups! Perdón, pensé que estabas sólo hijo.

-Y yo pensé que este era mi cuarto; debí haberme quedado dormida. Lo siento - excusó Cindy.

-¿Qué hora es mamá?

- Diez y cuarto del lunes, jovencito. ¿Te contó tu amiga lo difícil que fue para tres mujeres, sacarte del coche? Habrás trabajado mucho para el práctico de Ecología, ¿verdad? Por cierto, buena gente es esa compañera tuya, ¿Luz se llamaba?

-¿Luz? ¡Ah! Si mamá, es buena gente- el chico le clavó la mirada a su amiga, la cómplice. Luz, Luz, luz. El nombre de la chica se repetía una y otra vez en la mente de Benjamín, en el último rato la habían nombrado demasiado para pasarla como dato menor o relevante. Si llegaba a preguntar por ella, Cindy pensaría, suponiéndose de una adolescente chismosa, que lo juzgaría con otras intenciones. No queriendo llegar al punto de un escándalo estúpido dejó pasar las preguntas a su amiga y se guardó sus dudas en ese cajón mental; que pronto, si seguía así, podría estallar.

Arreglaron verse a las 18:30hs e irse a pie hasta el ferrocarril. Esa hora no tardó en llegar, Cindy estaba lista; tocó el timbre de la puerta principal, el chico, que se desenvolvía tranquilo pero con unos ojos ansiosos que decían lo contrario. Salieron en segundos del recinto.

Así, los dos estaban se yendo hacía el encuentro; al reencuentro. El chico no quería pensar, no quería recordar, sólo se concentró en la nada misma, en dejarse llevar, dejó en ese instante la conciencia dormida, despertó su inconsciente e hizo lo que quiso con el. La vereda se transformó en arena, las cuadras en un desierto de cientos de kilómetros y los segundos parecieron horas. Su amiga se volvió invisible y en la mente de Benjamín la película comenzó a rodar: las luces se apagaron, las imágenes aparecieron y los vagos recuerdos, lejanos, ya casi sepultados, cobraron vida. Risas de Joaquín, palabras de Serafín, gestos y muecas de un Nando feliz, las miradas cómplices de los cuatro, se hicieron protagonistas en la memoria del chico. Sintió unas ganas inmensas de verlos. Iba a poder tocarlos, abrazarlos, iba a tener la oportunidad de hablarlos y mirarlos; pero más que todo, por fin, iba poder escucharlos. La mirada perdida del chico delató su aventura; la chica asustada, le habló:

-¡Benjamín! ¡Por Dios! ¿Me escuchas? – Tuvo que golpearle para que reaccionara- ¡Hemos llegado! ¡Despierta!

-¿Eh?... ¿Si?... ¿llegamos?

-Ferrocarril de calle Racedo, aquí es. ¿Te encuentras bien? Te noto un poco distraído…

-Son sólo nervios, nada más.

- Descuida, todo va a ir bien.

-Eso espero- y largó un hondo suspiro. Ya no estaba en el pasado; el presente lo azotó con un huracán de nervios, le sudaban las manos y su pelo parecía estar recibiendo una descarga eléctrica. Recorrieron todo el ferrocarril. Benjamín reconoció el tren que contenía ese vagón tan significativo y al entrar, el chico cayó en una lamentable realidad. Se estremeció al ver el vagón III oxidado, sucio, con charcos de agua en el piso, agujeros en sus laterales; frío y abandonado. Nada parecido a lo que recordaba Benjamín. ¡Como lo cuidaban esos chicos al vagón! ¡Mas que a su propia casa! ¡De que manera lo habían protegido! Ahora, todo se había derrumbado. Se preguntó si alguno de los cuatro habría vuelto alguna vez, sólo con la intención de recordar los momentos vividos y de lo felices que fueron.

Cindy yacía muda atrás del joven, movía la cabeza para todos lados, como buscando a los tres muchachos. Pero nadie estaba allí. No habían llegado todavía, o quizás nunca vendrían.

-Benjamín, ¿los chicos? Creí que serían puntuales…

-¡Aquí estamos! –dijo una voz extremadamente grave, tartamuda, pero muy clara. Serafín mostraba ahora, luego de tres años, una melena larga que le llegaba hasta los hombros. El brillo del rubio de su cabello resaltaba de una manera imponente. El chico se había aparecido en la puerta del vagón. Benjamín y Cindy, que se encontraban de espaldas al sujeto, se estremecieron al escucharlo. Este habló:

-El vagón III ya no es lo que era. Nos pareció correcto cambiarnos al V, ya saben… acá esta todo oxidado y mojado- el chico ya no tartamudeaba.

-Serafín- dijo Benjamín. Todavía se mantenía de espaldas al sujeto. Serio, con miedo pero muy decidido, le habló: ¿No vas a saludar a un ex amigo tuyo? Hace tres años que no nos vemos… ¿O acaso sigues pensando que soy un fantasma?- y no pudo contenerse más, se echó a llorar; y al verlo, su amiga lo siguió en el sollozo.

Serafín, estupefacto, tragó saliva; extendió los brazos hacía arriba y se le acercó unos pasos. Le habló:

-¿Un león llorando? ¿Cómo puede ser? Los leones no lloran, rugen – y soltó una sonrisa. Benjamín, que lo observaba desde su hombro de reojo, se dio vuelta y le dio un fuerte apretón.

Ese abrazo hizo sonreír a Cindy, testigo del reencuentro, protagonista de la búsqueda.

-¿Me llevas con los demás?- le propuso el chico a Serafín.

-Desde luego- Y así, sin soltarse, abrazados, se encaminaron hacia el vagón V. Un lugar no demasiado diferente al anterior, pero por lo menos en este se podía respirar el aire que provenía de los pastizales del predio, ya que la ventanilla, por milagro, no estaba atorada. No había charcos ni polvo.

Al entrar, fueron aturdidos por un grito de exclamación. Alguien se había asustado. Se escucharon risas. Benjamín no tuvo tiempo de reaccionar, sintió que alguien le daba un beso muy fuerte en la mejilla, que su mano se apretaba con otra y que el pelo se le despeinaba a manotazos.

-¡Benjamín!- exclamó de júbilo Nando.

-¡Ahí estas ladronzuelo! ¿Así que por el balcón? ¿Eh? – exclamó un sonriente Joaquín.

-¡Increíble! ¿Y seguía llorando?- interrumpió Simón.

-Si, Simón, pero de alegría, de felicidad- respondió el abuelo.

-¿Se llora también por eso?- preguntó Herald, desconcertado.

-Si, desde luego, y Benjamín lo hacía muy bien. El chico, que no caía todavía de la gran nube que lo cegaba, sólo atinó a presentar a su acompañante:

-Ella… ella es…

-Cindy… me llamo Cindy- lo interrumpió- ¿Así que ustedes son los famosos “Leones de la Comercio”? Muy reconocidos por cierto… mis amigas hablan todo el tiempo de ustedes.

- Solo somos parte, sólo una parte del equipo- objetó Nando.

- Creo que tenemos mucho de que hablar ¿no les parece?- dijo sin basilar Benjamín- Quiero saber… quiero saberlo todo.

-¿Todo?- preguntó Joaquín.

-Así es.

-¿Te acuerdas Benjamín, que estuviste enfermo? - interrogó Nando.

- Muy enfermo digamos, no sabíamos lo que te pasaba- siguió Joaquín- pensamos que sólo era una gripe; nada de que preocuparse ¿entiendes?

- Pero…

-Pero los días pasaban- lo interrumpió Nando- las semanas también y nos empezamos a preocupar, a preocuparnos por ti. Fuimos a tu casa, y tu mamá nos dijo que estabas muy bien, de veras muy bien, que no ibas a poder ir a la fiesta, por miedo a que la gripe regresara; pero que pronto estarías con nosotros, con el equipo. Nos lo prometió ¿Sabes?

-Mamá nunca me aviso de esa visita. Nunca me insinuó nada… No lo sé… ¿Por qué ella me ocultaría eso?

-¡¿No?! ¡¿Estas seguro?! Nosotros no te mentimos Benjamín, sería muy estúpido de nuestra parte- espectó Serafín.

-Ese día, me acuerdo – siguió Joaquín- tu mamá nos dijo que dormías y que no sería bueno despertarte.

-Escúchenme, mamá me hubiera dicho que ustedes me visitaron; de eso estoy seguro, sino ¿Por qué me lo ocultaría? Ella sabía lo triste que me ponía al ver que los días pasaban y no sabía de ustedes… ella entendía mi angustia y hubiera hecho cualquier cosa para sonsacármela; aunque significara imposible realizarla. Ella quería y quiere verme feliz, pero lo cierto es que le prohibí, le obligué a que no los buscara, ni que los llamara… porque no sería digno de mí. Mi moral no lo hubiera permitido. El hecho de que ustedes no se aparecieron durante los días que estuve enfermo fue muy duro para mí; me sentí solo y abandonado. Luego me recuperé, me puse bien, y lo primero que hice fue buscarlos… y de ahí ya no sé mas nada, o mejor dicho, no entiendo nada.

-Benjamín, escúchanos- lo interrumpió Serafín.

-¡NO! ¡No voy a permitir que juzguen a mamá de mentirosa!- el chico estaba en llamas. Sus ojos brillaban en lágrimas. Toda su angustia, su tristeza y su lastimosa infelicidad se transmitían en aquellos ojos turbios, ya perdidos por el pensamiento y la impotencia que dejaban la incertidumbre y la soledad.

-Nadie dijo eso Benjamín, por favor escúchanos- intervino Nando.

-Si Benjamín, escúchalos… ¿no crees que es mejor?- dijo Cindy. La chica, que había permanecido como espectadora hasta ese entonces, abrazó a su amigo, le secó las lágrimas y le susurró al oído- Vinimos para eso… escucha lo que tengan para decirte.

-Esta bien- dijo Benjamín, ya casi sin vos; resignado y atormentado. Lo único que pedía el chico era una explicación, o tal ves una disculpa, que sea verídica o por lo menos creíble. Su convencimiento de que aquellos tres sujetos le decían mentiras se hacía cada vez más grande.

- Al día siguiente de la visita a tu casa - comenzó a explicar Nando- mi padre recibió un sobre; lo habían dejado en el buzón de casa un día antes de la fiesta de Jacob. El papel era una oferta de empleo para una importante empresa automotor. Mi padre quedó tan fascinado que no le importó mudarse a Concepción del Uruguay, como seguramente ya lo sabrás. El problema no era mudarnos, si no el tiempo que nos habían dado para hacerlo. En tan solo dos días teníamos que dejar Paraná, y no había otra opción. Traté de encontrarte por cielo y tierra, te llamé pero nunca atendieron. Había momentos en que me daba ocupado toda la tarde; no entendía mucho ¿sabes? Tenía que despedirme, y decidí ir hasta tu casa. Luego de bajarme de dos colectivos me encontré con tu puerta ¿y sabes qué? Jamás me atendieron, nadie; ni los vecinos sabían que le pasaba a la familia Díaz. Era todo de lo más extraño, me asusté mucho. De un día para el otro habías desaparecido. No tuve más tiempo de buscarte, al otro día partí. Al llegar lo primero que hice fue llamar a Serafín… él fue quien me contó…- tragó saliva- me contó todo.

-¿Todo? ¿Todo que? – preguntó Benjamín.

-Me dijo que habías muerto… -tragó de vuelta saliva- que falleciste a causa de esa enfermedad el mismo día que me fui a Concepción. No entendía nada, no…

-¡¿Muerto?!- lo interrumpió- ¡Serafín! ¿Cómo pudiste ser capas de inventar semejante cosa? ¿De donde sacaste esa mentira de más mentirosa? ¿Con que derecho…?

-¡Espera, espera!... –gritó el acusado- ¡déjame contarte lo que pasó! yo tampoco entiendo nada ¿sabes? ¡Estoy más confundido que tú! Después de ir a visitarte, al otro día, llamé a tu casa y tu mamá me dijo que habías empeorado, que estabas muy mal. Quise ir a visitarte peor ella me lo prohibió; me confesó que tu enfermedad era muy contagiosa y que el médico le tenía terminantemente prohibido las visitas. ¡Imagínate como estaba yo! Preocupadísimo, y con la angustia de no poder verte. Tu mamá me confesó a sollozos, que el día anterior nos había mentido, que no estabas de lujo como ella nos había dicho, sino todo lo contrario, lo hizo para que no nos preocupáramos. Seguí llamando, desde luego; tenía que saber de vos. Pasaron tres días y las noticias eran las mismas: tú estabas cada vez peor; imagínate que ya me había acostumbrado al llanto de tu madre por el teléfono.

Al cuarto día-el rubio bajó la cabeza, miraba perdidamente el suelo, suspiró- supe lo de tu fallecimiento. Tu madre casi sin voz me hizo llegar la noticia- los ojos del chico se le llenaron de lagrimas, seguía perdido entre el piso del vagón. Joaquín, temeroso, tomó la palabra.

-Antes de que interrumpas Benjamín, quiero contarte mi versión; lo que yo viví al enterarme de la noticia- Nando sujetó a Serafín y lo apartó hacía un costado. Benjamín y Cindy, que se encontraban parados observando a los dos chicos, se enfrentaron con Joaquín.

-Yo supe de vos al tercer día de la visita, es decir que todavía no me había llegado la noticia de que habías muerto- el chico hablaba en voz muy baja y cortante- no sabía que hacer, me sentí horrible. Fue como si la angustia de todas las personas que sufrieron en este mundo se posaran en mí. No caigo todavía que estas acá, con nosotros…

-¡Blah, blah, blah!- interrumpió Benjamín a gritos- ¡Pues claro que estoy vivo! ¡¿Van a decirme que velaron mi cuerpo también!?! ¡¿Qué había en el cajón?!

-No, no hubo funeral. La carta decía- Nando, que se había mantenido alejado de la conversación intervino- que no querías funeral, ni que nadie se enterara de lo que había pasado.

-¿carta? ¿Qué carta?

-En realidad no era una carta; en un papel, así como cumpliendo la función de testamento, pusiste en claro tu última voluntad. Era tu letra Benjamín, nosotros mismos la comprobamos.

-¡¿Por qué yo escribiría eso en un papel?! Es absurdo.

-Mira, lo único que es absurdo es que sigamos revolviendo lo que fue y lo que no fue. Lo importante es que ahora estas acá. No sigamos discutiendo, vamos…

-¡NO! Cállate Nando, tu no viviste el infierno que yo padecí. Ahora Joaquín, me acuerdo de algo que nos dijiste por el teléfono… ¿Quién es Ruiseñor?

-¿Ruiseñor?